La lucha agraria permitió ver que a este gobierno se le puede abrir las manos, que no es “todopoderoso”, que no va a hacer lo que quiera. El conflicto destapó la verdad de la doble lengua kirchnerista: que no ampara a los pequeños productores; que no tiene un plan agrario reformista (ni mucho menos un plan revolucionario); que no es un gobierno socialista (como afirman sectores de la derecha), que no es un gobierno progresista; que la movilización social hace temblar a los gobiernos y hace respetar a sus pueblos; que la alianza con los K o su “apoyo crítico” fue un fracaso para los sectores que lo hicieron; que muchos sectores de izquierda que “balconearon” demostraron no saber dónde estar parados; que aquí no apoyamos a la oligarquía del campo, y que sí tuvimos que salir a hegemonizar esta lucha para que ella no lo haga; que el “no a las retenciones” es un error; que desde ahora en adelante volvemos a las reivindicaciones que teníamos el 10 de marzo; que los Kirchner son los que verdaderamente sostienen a la oligarquía (en pleno conflicto, el 30 de Junio, destinaron millones de pesos de subsidio a Bunge, Cargill, Aceitera General Deheza –AGD-, Molinos Río de la Plata, Nidera, Vicentín, Molinos Cañuelas). Los K estuvieron con la verdadera oligarquía; nosotros, no.