Suavecito para abajo, para abajo, para abajo...

¿Qué dirá Fukuyama? ¿Cuál será el Fin de la Historia? Cayó el muro y el capitalismo se encargó de levantar los suyos. Se derrumba en este ciclo un modelo mundial. El seno mismo del capitalismo financiero tambalea con su propia medicina; la misma que durante años nos recetó a los países que nacimos en el tercero de los mundos. Se escuchan voces desde Francia sobre cómo reformular el Capitalismo. Keynes se levanta de la tumba y da algunas indicaciones. Algunos creen que lo entienden. ¿Podrá Keynes? ¿El pueblo estadounidense se encargará de barrer los platos rotos que la especulación financiera privada produjo en Wall Street? ¿Cuántos bancos más se desbancan y caen? ¿Efecto Jazz, Cristina? Los negros pobres y marginados que lo crearon seguramente estarán orgullosos de darle el nombre a una explosión económica que le es ajena.

Un juez y un presidente entendidos en entendimiento humano.

Terminaba el partido de Gimnasia de Jujuy con Argentinos Juniors. –Bolivianos-, le grita el árbitro, Saúl Laverni, a los jugadores del club jujeño que le protestaban. El juez, muchas veces, para no parar en Jujuy por “incomodidad”, se aloja a 100 kilómetros, en Salta, “que tiene vida nocturna”. Un año antes, Laverni, frente a Independiente, le dijo a un jugador jujeño que rezongaba: -cállese, juegue, son bolivianos-. De los dichos del juez se entera el presidente del club, Raúl Ulloa (hermano de Néstor Ulloa, el ex presidente del Fideicomiso Banco Nación, enrolado en el escándalo del caso Skanska). Ulloa lo increpa al árbitro en pleno campo de juego: –no voy a permitir que aquí me llamen boliviano-. Uno se creyó muy vivo intentando humillar, el otro, el defensor de causas perdidas, reconoció la “bajeza” a la que lo asemejaban y así respondió. Ambos estaban convencidos que ser boliviano es un insulto. Como en España, si nos llaman “sudacas”… con todo orgullo.

martes, 31 de julio de 2007

Tras las huellas del Neo-positivismo (Cuarta parte: Las voces)

Durante muchos años fue normal que los educadores más prestigiosos del mundo occidental hablaran de la necesidad de regenerar la raza, mejorar la especie, cambiar la calidad biológica de los hombres. Las voces dominantes, voces de unos pocos, divinizaban la eugenesia que exaltó Francis Galton, primo de Charles Darwin. La raza indigna, pecado natural de pobres, negros e indígenas[1], debía extinguirse.

Los sabios hablaban[2]: Immanuel Kant, quién pensó para existir, dijo que los indios eran incapaces de civilización y que están destinados al exterminio; Voltaire sentenciaba que los negros son inferiores a los europeos, pero superiores a los monos; David Hume entendía que el negro puede desarrollar ciertas habilidades propias de las personas, como el loro consigue hablar algunas palabras; Auguste Comte creía en la superioridad de la raza blanca y en la perpetua infancia de la mujer; Herbert Spencer sostenía que el Estado no debía interferir en el proceso de selección natural, que da el poder a los hombres más fuertes y mejor dotados; José Hernández, en boca de Martín Fierro, poetizaba: el indio es indio y no quiere / apiar de su condición / ha nacido indio ladrón / y como indio ladrón muere; Alberdi, padre de nuestra –in-Constitución, pensaba que ni aun educando cien años a un gaucho o a un cholo lograremos siquiera un obrero inglés; Sarmiento, educador de elites, sentía una invencible repugnancia por los salvajes de América y creía que se los debía exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado; para José Ingenieros, los negros, seres simiescos, piltrafas de carne humana, merecían la esclavitud por motivos de realidad puramente biológica; a Jorge Luis Borges le resultaba evidente la esterilidad cultural de los negros –por lo que son inferiores-, también señalaba que el pueblo argentino es imbécil, que se han merecido la matanza los indios, los gauchos y los vietnamitas, y añadió además, en plena dictadura militar, que el libre albedrío y la libertad son ilusiones necesarias.
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[1] Ya en 1802 Mariano Moreno resaltaba la persecución hacia los aborígenes: “Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir a unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos antes que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas”. Mariano Moreno, Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios. Claro que el movimiento pro indígena no es algo nuevo: Bartolomé de Las Casas los defendió durante años luego de haber escuchado el discurso de Antonio de Montesinos, quien se preguntaba: “¿con qué derecho y con qué justicia tenéis a los indios en tan cruel y horrible servidumbre? ¿acaso no los matáis por sacar oro cada día?”. Extraído de Memoria del Fuego, Tomo I: Los Nacimientos, de Eduardo Galeano.
[2] Las citas, en su mayoría, están en el libro Patas Arriba de Eduardo Galeano y en Un viaje a través de los espejos de los Congresos Panamericanos del Niño, en Del Revés al derecho, de Susana Iglesias, Helena Villagra y Luis Barrios. También se consultaron: el Martín Fierro de José Hernández; Las Bases, de Alberdi; Nos, los representantes del pueblo, de José María Rosa, y diario El Progreso, 27/09/1844.

jueves, 26 de julio de 2007

Tras las huellas del Neo-positivismo (3° parte: Darwinismo social y eugenesia)

Fue entonces cuando muchos no lo dudaron: había que sanear al mundo del cáncer que azota a la especie humana. La raza indigna, pecado natural de pobres, negros, gauchos e indígenas, debía extinguirse. Darwinistas sociales y eugenecistas proponían el método:
* Los primeros estaban convencidos de que había que permitir que la naturaleza siga su curso, de modo que los elementos nocivos de la sociedad desaparezcan con el tiempo. Herbert Spencer (1820-1903), por ejemplo, sostenía que el Estado no debía interferir en el proceso de selección natural, que da el poder a los hombres más fuertes y mejor dotados. Así, a través de la competencia libre, la sociedad evolucionaría hacia la prosperidad y libertad individuales, y se formulaba una teoría que ofrecía la posibilidad de clasificar a los grupos sociales según su capacidad para dominar la naturaleza: las personas que alcanzaban riqueza y poder eran consideradas las más aptas, mientras que las clases socioeconómicas más bajas eran, por desgracia de la esencia humana, las menos capacitadas. Esta teoría, eco de las voces dominantes, fue utilizada como base filosófica del imperialismo fascista, el racismo y el capitalismo a ultranza.
* los segundos, que son una especie dentro de los primeros, sostenían la noción de que la planificación cuidadosa a través de una educación adecuada era la clave para mejorar la sociedad. Pero obviamente, existían los inadaptables, que por el bienestar de los “adaptados” –la raza aria- y por facilismo, siempre son los más, y para quienes era innecesaria cualquier ayuda social como la educación. Adolf Hitler y sus aliados adoptaron este concepto para exterminar millones de judíos, comunistas, gitanos, homosexuales y prisioneros políticos, en la masacre del Holocausto.

lunes, 16 de julio de 2007

Tras las huellas del Neo-positivismo (2° parte: Las flores del racismo)

-Soy positivista-, dijo por primera vez Auguste Comte (1798-1857) en su Curso de filosofía positiva, refiriéndose a su convencimiento de que el único conocimiento verdadero provenía de la aplicación del método científico[1]. Todo se conoce por la experiencia y mediante ella tenemos una comprensión empírica de la naturaleza. Así, sostuvo erróneamente que al igual que las leyes de la naturaleza, que son inmutables, la sociedad se rige por leyes parecidas que hay que descubrir; pero sin saber, todavía, que la conducta humana es muy compleja como para estudiarla mediante “leyes naturales sociales”. Partiendo de esta postura, no vaciló en reflejar la superioridad de la raza blanca y la perpetua infancia de la mujer y en ser muy crítico con la democracia, anhelando una sociedad estable gobernada, para siempre, por una minoría de doctos.
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Pero, sin embargo, es indudable que algunos conceptos positivistas se remontan al empirismo de David Hume (1711-1776) y a Immanuel Kant (1724-1804). Sin entrar en filosofía, pero sí yéndonos para el territorio que hemos abarcado en este trabajo, Kant entendió que los indios eran incapaces de civilización y que están destinados, por su esencia nativa, al exterminio. David Hume retrucó: el negro puede desarrollar ciertas habilidades propias de las personas, como el loro consigue hablar algunas palabras.
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Del mismo modo que los retoños dan origen, al crecer, a otros retoños, y éstos, cuando son vigorosos, se ramifican y dominan por todos lados a muchas ramas más débiles, así creo que ha sucedido, por medio de la generación, con el gran Árbol de la Vida, que llena la corteza de la Tierra con sus ramas muertas y rotas, y cubre la superficie con sus incesantes y hermosas ramificaciones[2]. Así pensaba Charles Darwin (1809-1882), metafóricamente, su teoría de la Selección Natural. Él se inspiró en una novedosa doctrina económica hecha por Thomas Robert Malthus (1776-1834) -que bien puede pensarse que goza de buena salud en los organismos enfermos de los gobiernos de muchos países-, quien sostenía que por el hecho de existir una cantidad determinada de alimentos disponibles y por el acelerado aumento de la población, era natural que se limite ese crecimiento humano mediante hambrunas y enfermedades o por acciones humanas como la guerra. La teoría de Malthus fue la voz que sirvió, en muchas ocasiones, como el testimonio dogmático que asegura la imposibilidad de invertir recursos en el mejoramiento de la condición social de los pobres.

Así sostuvo Darwin que, a causa del problema de la disponibilidad de alimentos descrito por Malthus, las distintas especies compiten intensamente por su supervivencia. Los que sobreviven, que darán lugar a la siguiente generación, tienden a incorporar variaciones naturales favorables que se transmiten mediante la herencia. Y la herencia trae consigo, concluirían luego los darwinistas sociales, el orden y el progreso, el sol y la lluvia, la peligrosidad y la bondad, la igualdad y la dignidad de quienes llevan en la sangre, en cada sístole, un impulso de civilización a la europea, y en cada diástole, una oxigenación para llegar a su destino natural: la riqueza que le vino impuesta por la fortuna de ser descendiente del sagrado linaje de sus ascendientes.
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Luego Francis Galton (1822-1911), primo de Charles Darwin, sorprendido de la familia a la que pertenecía, decidió entonces estudiar el “genio” que ellos llevan adentro. Con la ayuda de la genética moderna, desarrolló la eugenesia para que sea aplicada a todos los subdesarrollados y así decidió, creyendo ser algún Dios, que la raza humana se perfeccione. Un cocodrilo jamás llegará a ser una gacela, ni un negro podrá jamás ser miembro de la clase media, también decidió, convencido de su divinidad.

[1] Ése fue su principal aporte a la sociología.
[2] Darwin, Charles. El origen de las especies. Traducción de Juan Godo. Barcelona: Ediciones Zeus, 1970.

domingo, 8 de julio de 2007

Tras las huellas del Neo-positivismo (Primera parte)

Por ley natural, intentaron comprobar los positivistas, unas razas son superiores a otras. Por rareza del ecosistema hay clases de personas que están predestinadas a no ser. Por capricho de la naturaleza los negros no nacieron monos. Por voluntad de la sangre, los indígenas carecen de albedrío y de razón. Por error de la biosfera y de las braguetas se crearon y criaron los gauchos y los mestizos. Por falla genética los pobres siempre tienen hambre. Por el sólo hecho de ser quienes son, algunos individuos están biológicamente predeterminados a delinquir.

A fines del siglo XIX y principios del siglo pasado, el auge del positivismo trajo sus consecuencias: como elemento funcional a las clases dominantes, la elite encontró su base filosófica y natural para perpetuarse en el poder económico y político y para justificar su posición frente a los carenciados; como patrón valorativo de la situación geográfica de la raza blanca, fue el instrumento conceptual que permitió decir que el desierto era desierto porque ahí no había civilización, sino barbarie; como parámetro criminológico empírico, es la mano que alza un aparato llamado peligrosímetro que mide el potencial riesgo al que está sometido la sociedad ante determinada clase de personas; como fundamentalismo ideológico, durante el nazismo sirvió de cuchillo y de gas, de bala y misil, de pala y de pozo, en la carnicería del Holocausto.
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Destinados a ser objetos, muchas personas murieron a manos de quienes tenían el don de ser sujetos, sentencia divina de todo aquél que hiciera su ofrenda a algún dios para que éste les limpie la piel del estigma de su color. Extraídos del África como mercadería, muertos en América junto a los indios nativos como producto vencido, los negros existían para ser esclavos y morían para escapar de su lugar en la nada. Por la blasfemia de ser parte de la tierra que los parió, pacha agraciada y desgraciada de plata, oro y diamantes, envuelta en rarezas y riquezas vegetales, y por competir con Dios en su herejía del politeísmo, y por creer en el sacrilegio de sus creencias, está en la esencia de los indios ser inferiores. Años después, los mismos que impusieron su cultura en el mundo descubrieron que los cromosomas traen consigo la información del bien y del mal: la lucha por la supervivencia y la ley del más fuerte está en las arterias: inadaptados son lo pobres, por no tener la carga genética de los ricos, que por su aptitud viven a costa de los marginados. Inadaptados son los anarquistas y socialistas, que luchan contra el sistema que buenamente imponen los acaudalados y no aceptan la herencia de ser eternamente los explotados. Por locura, no se adaptan a la cordura de entender que el régimen vive a costa de los que el régimen mata.