Una voz melancólica se oye en Radio Magallanes, la última emisora que queda, luego de que las fuerzas armadas bombardearan las demás antenas radiodifusoras.
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“Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
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¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
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Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
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La democracia chilena, hostigada en La Moneda, muere por más de quince años.
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El gobierno de Salvador Allende había sufrido días antes de su lamentable caída distintos atentados: voladura de puentes, de vías férreas, destrucción de oleoductos y gasoductos.
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Henry Kissinger, un tiempito antes, hizo honores a la democracia que EEUU exporta al mundo: “No veo por qué quedarnos de brazos cruzados ante un país que se vuelve comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo”.
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Y así fue. Millones de dólares llegaron desde el norte para financiar huelgas y atentados (sabotajes), y mil noticias con mil mentiras. El Diario “El Mercurio” maldice a Allende, apurando a los militares, que parece que se estaban tardando demasiado. La ITT, la empresa de telecomunicaciones que algo de golpes de estados había aprendido en Brasil, destina otros cuantos millones de dólares a la desinformación y al cuartelazo. Allende la quería nacionalizar al precio que la ITT decía que valía su patrimonio (para evitar impuestos).
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Luego del golpe, William Colby, director de la CIA, explica en Washington que gracias a los fusilamientos se está evitando una guerra civil, como quien da cátedra de Derechos Humanos o de Sociología política, o como quien narra una historia de hadas, sin sangre ni traiciones, ni buques de guerra en las costas chilenas.
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Y en eso, en la Calle Ocho de Miami, cientos de cubanos autoexiliados –esos banqueros que vivían de la mafia y los negociados- inundan las veredas festejando la caída de Allende. La democracia, para ellos, es de peces grandes, y si son antropófagos mejor (peor).
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“De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza”, se lamentaba Pablo Neruda, que 12 días después del golpe pinochetista, murió de cáncer o de tristeza.