¡Qué acto soberano! ¡Maravilloso lenguaje de la patria éste el de saldar sus deudas extrañas! ¡Esplendorosa y magnánima defensa de una nación carenciada! Oid mortales el grito sagrado, ¡libertad, libertad, libertad! Vea el pueblo las rotas cadenas que pesan sobre sus espaldas. Pagamos y no hablamos, no chistamos, ni golpistas ni oligarkas, bendita tierra. No grités, Casandra, que el oído de los mortales no es sordo, ni ciego, ni mudo. Tu verdad es verdad, aunque quien escuche la tache de irreal. No llorés, Casandra, que ya vendrán tiempos peores y luego mejores. No te creyeron. Te negaron, Casandra. Dijiste que el gobierno quería pagar una deuda fraudulenta con esas retenciones. Te mataron, Casandra. Te adjetivizaron, y ahí estás. Volviendo. Fuiste, Casandra, en una vida un tal Alejandro Olmos. Y aquí estás, entre progresistas y derechistas, no sabiendo de fronteras, unos olvidándote y otros preguntándote. Ninguno creyéndote. ¿Deuda externa o eterna? Una deuda interna urgente. Ahí habita la libertad.