La alquimia de la justicia estadounidense logró el milagro: que el delincuente sea la víctima. El gobierno de Bush ya no puede disimular la verdad. Que Antonini Wilson es un agente del FBI que consiguió infiltrarse con una maleta llena de dólares y alcanzar su cometido de sembrar la semilla de la duda en el gobierno de Venezuela, ya no es una mera especulación de los paranoicos. Este “socio” de Chávez, que siempre odió a Chávez, que continuamente intentó voltearlo, recibió del gobierno norteamericano miles de dólares en concepto de “gastos de seguridad y mudanza”, según una corte de ese país, luego de que “aceptara colaborar con el FBI” en el caso de la “valijagate”. Esta protección a un delincuente no es cosa nueva. No en vano el terrorista Posada Carriles anda como pancho por su casa en el gran país del norte; no en vano Sánchez de Lozada, aquel presidente de Bolivia que tanto amó a la oligarquía de Santa Cruz y que apenas si hablaba el castellano, anda escapándole a la Justicia Boliviana en aquella tierra de la democracia y la libertad por mandar al otro mundo a muchos protestones de su régimen.