Es 1964. Se produce un golpe de estado contra el presidente Joao Goulart. El plan conspirativo había sido cuidadosamente preparado por Adhemar de Barros (gobernador de San Pablo), por Carlos Lacerda y por Serafino Romualdi, con el apoyo del gobierno norteamericano (en un principio, de John F. Kennedy, y luego de Lyndon Jonson, que saludó al golpe estando todavía Goulart en la presidencia). En el momento en que Goulart intentó nacionalizar las refinerías petroleras, expropiar tierras a los grandes terratenientes mediante una profunda reforma agraria, y evitar la evasión de impuestos, el golpe de Estado fue fatal. Lincoln Gordon, embajador de EEUU en el país del carnaval, opinaba sobre el presidente brasileño: “nubes sombrías se ciernen sobre nuestros intereses económicos en Brasil”.
La historia demuestra que todo gobierno o político o economista o quien quiera que sea que se oponga a los intereses de EUA es calificado de comunista (que para ellos es un insulto) o, en la actualidad, de terrorista, o de comunista terrorista. Incluso la Confederación Latinoamericana de Sindicatos Cristianos, públicamente anticomunista, fue calificada por los norteamericanos con este concepto. Goulart no escapó de la “infamia” de tener este tilde y por ello fue derrocado.
Lo curioso aquí es el papel que cumplió un órgano que no es muy conocido: la AIFLD (en castellano, Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre). Este órgano, disuelto en 1998, proponía, como su nombre lo indica, un sindicalismo libre, pero esclavizado a los intereses estadounidenses. Fue creado para evitar la influencia que la revolución cubana estaba provocando en los sindicatos de toda Latinoamérica. Su fin era evitar la expansión del “comunismo” (en el sentido que le acabamos de dar). El Instituto daba cursos en Front Royal, Virginia, a los dirigentes sindicales de toda Latinoamérica. Entre sus enseñanzas, y lavados de cabeza con lavandina liberalista, se les explicaba a los alumnos los beneficios del capitalismo salvaje (“corporativo”, lo llaman ellos). Se los preparaba para desarrollar un trabajo político en apoyo a los intereses estadounidenses. Sorprendentemente, en el contenido de los cursos no estaba la participación obrera en las ganancias, la educación de los trabajadores, o la legislación laboral. Esto al AIFLD no le interesaba, puesto que no le interesa al deshumanizante sistema mercader que ellos protegen. Más de 190 mil sindicalistas latinoamericanos desfilaron por esas (j)aulas.
Antes del derrocamiento, Romualdi y la AIFLD habían organizado un curso para los sindicalistas brasileños en Washington. El director de la AIFLD, William Doherty, reconoció, luego del golpe, que “lo que ocurrió en Brasil fue planificado… Muchos de los dirigentes sindicales –algunos de los cuales fueron capacitados en nuestro instituto- participaron de la revolución contra Goulart".
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La historia demuestra que todo gobierno o político o economista o quien quiera que sea que se oponga a los intereses de EUA es calificado de comunista (que para ellos es un insulto) o, en la actualidad, de terrorista, o de comunista terrorista. Incluso la Confederación Latinoamericana de Sindicatos Cristianos, públicamente anticomunista, fue calificada por los norteamericanos con este concepto. Goulart no escapó de la “infamia” de tener este tilde y por ello fue derrocado.
Lo curioso aquí es el papel que cumplió un órgano que no es muy conocido: la AIFLD (en castellano, Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre). Este órgano, disuelto en 1998, proponía, como su nombre lo indica, un sindicalismo libre, pero esclavizado a los intereses estadounidenses. Fue creado para evitar la influencia que la revolución cubana estaba provocando en los sindicatos de toda Latinoamérica. Su fin era evitar la expansión del “comunismo” (en el sentido que le acabamos de dar). El Instituto daba cursos en Front Royal, Virginia, a los dirigentes sindicales de toda Latinoamérica. Entre sus enseñanzas, y lavados de cabeza con lavandina liberalista, se les explicaba a los alumnos los beneficios del capitalismo salvaje (“corporativo”, lo llaman ellos). Se los preparaba para desarrollar un trabajo político en apoyo a los intereses estadounidenses. Sorprendentemente, en el contenido de los cursos no estaba la participación obrera en las ganancias, la educación de los trabajadores, o la legislación laboral. Esto al AIFLD no le interesaba, puesto que no le interesa al deshumanizante sistema mercader que ellos protegen. Más de 190 mil sindicalistas latinoamericanos desfilaron por esas (j)aulas.
Antes del derrocamiento, Romualdi y la AIFLD habían organizado un curso para los sindicalistas brasileños en Washington. El director de la AIFLD, William Doherty, reconoció, luego del golpe, que “lo que ocurrió en Brasil fue planificado… Muchos de los dirigentes sindicales –algunos de los cuales fueron capacitados en nuestro instituto- participaron de la revolución contra Goulart".
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... Una historia, entre tantas... para que después no nos tilden de paranoicos u obsesivos.