Suavecito para abajo, para abajo, para abajo...

¿Qué dirá Fukuyama? ¿Cuál será el Fin de la Historia? Cayó el muro y el capitalismo se encargó de levantar los suyos. Se derrumba en este ciclo un modelo mundial. El seno mismo del capitalismo financiero tambalea con su propia medicina; la misma que durante años nos recetó a los países que nacimos en el tercero de los mundos. Se escuchan voces desde Francia sobre cómo reformular el Capitalismo. Keynes se levanta de la tumba y da algunas indicaciones. Algunos creen que lo entienden. ¿Podrá Keynes? ¿El pueblo estadounidense se encargará de barrer los platos rotos que la especulación financiera privada produjo en Wall Street? ¿Cuántos bancos más se desbancan y caen? ¿Efecto Jazz, Cristina? Los negros pobres y marginados que lo crearon seguramente estarán orgullosos de darle el nombre a una explosión económica que le es ajena.

Un juez y un presidente entendidos en entendimiento humano.

Terminaba el partido de Gimnasia de Jujuy con Argentinos Juniors. –Bolivianos-, le grita el árbitro, Saúl Laverni, a los jugadores del club jujeño que le protestaban. El juez, muchas veces, para no parar en Jujuy por “incomodidad”, se aloja a 100 kilómetros, en Salta, “que tiene vida nocturna”. Un año antes, Laverni, frente a Independiente, le dijo a un jugador jujeño que rezongaba: -cállese, juegue, son bolivianos-. De los dichos del juez se entera el presidente del club, Raúl Ulloa (hermano de Néstor Ulloa, el ex presidente del Fideicomiso Banco Nación, enrolado en el escándalo del caso Skanska). Ulloa lo increpa al árbitro en pleno campo de juego: –no voy a permitir que aquí me llamen boliviano-. Uno se creyó muy vivo intentando humillar, el otro, el defensor de causas perdidas, reconoció la “bajeza” a la que lo asemejaban y así respondió. Ambos estaban convencidos que ser boliviano es un insulto. Como en España, si nos llaman “sudacas”… con todo orgullo.

sábado, 31 de mayo de 2008

Él.

El más grande juicio después del juicio a las Juntas. El mismísimo Belcebú se encuentra en el banquillo pidiendo de abogado al Dios de la civilización occidental y cristiana que alguna vez amparó al genocidio argentino. “Nunca me arrepentiré”, lo cree. Él es, para él y los melancólicos de la dictadura, un héroe nacional que perdió en lo político pero ganó en lo militar. Degeneración de familia, educación de plomo: padre y abuelo siguen su misma historia de golpismos y fusilamientos. Las épocas de las pobrezas de muchos y las riquezas de pocos, piensan en ese linaje de tres por la libertad, son las mejores.

El que pensó y lo dijo, murió. Y aquí está el pensamiento que quedó, ahora juzgándolo. Nadie le explicó que la memoria y la justicia no son hermanas de la venganza. Nadie le dijo, porque él a nadie escucha. Desde Córdoba a Jujuy un manto de tinieblas con su firma cubre la oscuridad más oscura de la realidad argentina. Y ahí, detrás de las balas, son testigos sus víctimas. Ellos hablan lo que él silencia, porque a él alguien le explicó que el silencio sí es hermano de la impunidad. En su voz, ahora muda, atestigua su verdad: una guerra que no fue, y la muerte de todos aquéllos que cometieron el gravísimo crimen contra la patria de estar registrados en una agenda.

Y ahí está él: viejo de años, empapado de sangre, joven de cárcel común. Añorando su desesperanza de mear en los mares de Chile, luego de muertes y muertes que blanquearían desapariciones en el Beagle más desesperado, en una guerra con el país trasandino sólo evitada por los pueblos a los que él jamás entendió.

La Perla, hecha museo, sin listas abiertas, fue su templo. Colón y Sagrada Familia uno de sus lugares de práctica religiosa: ¿Será casualidad esa intersección? A él no le importa: “estamos ganando la tercera guerra mundial”, gritó, apuntó y mató.

Él, Luciano Benjamín Menéndez, es otra mancha negra en las páginas de la trágica Historia Argentina. Las balas que disparó están volviendo en su contra, hechas verdad, hechas justicia, hechas memoria.