Se eleva y se va. En el suelo hay indignados; en el aire hay indignos. Abajo hay sangre y muerte. Arriba hay abulia y pólvora. La bala es la que impera en el reino de un Estado en sitio. El hambre se alimenta del hombre y la apetencia está encerrada tras los candados de la condena de una cadena de medidas económicas homicidas, que comen las tripas, que desesperan, que usan a la inanición como medio y miedo para llegar a su fin. No da para más. No queda más. Se eleva y se va.
En el aire están. Se los ve. Todavía se avistan sus hilos, sus manijas, sus palabras, su firma, su conciente inconciencia. Todavía andan andando sus amos: aún se enojan los titiriteros; a veces levantan la mano y quieren mover a su marioneta, que obedece moviendo la boca mientras muerde y reprime. Los informantes se olvidan de mostrar al mundo al diablo que con lo nuestro se ha hecho su infierno, su dulce infierno, su cielo paralelo. Y no miran arriba. En el norte. En el aire están. Y ya no se los ve.
Las manos se quedan. Los que no tienen voz se hacen escuchar. Los ciegos ven. El aire explota. –Todos somos culpables de todo-, nos dicen desde arriba, para en verdad afirmar que nadie es culpable de nada. Y con eso justifican su inocencia, su mentira, su impunidad. Y un dos mil uno todos se levantaron contra la nada de todos. La calle fue un arma; la cacerola también. Se eleva y se va. Matando se va. Comiéndonos se va. En el aire están. Hediendo están. Todavía se los huele a quienes entregaron el país. Y dos mil uno puede ser todos los años. Y veinte de diciembre puede caer todos los días. Porque las manos se quedan. Porque todavía hay quienes están hartos de aceptar a la injusticia como costumbre y a obedecerla como destino.
A 6 años del Argentinazo. A su sístole y a su diástole.
En el aire están. Se los ve. Todavía se avistan sus hilos, sus manijas, sus palabras, su firma, su conciente inconciencia. Todavía andan andando sus amos: aún se enojan los titiriteros; a veces levantan la mano y quieren mover a su marioneta, que obedece moviendo la boca mientras muerde y reprime. Los informantes se olvidan de mostrar al mundo al diablo que con lo nuestro se ha hecho su infierno, su dulce infierno, su cielo paralelo. Y no miran arriba. En el norte. En el aire están. Y ya no se los ve.
Las manos se quedan. Los que no tienen voz se hacen escuchar. Los ciegos ven. El aire explota. –Todos somos culpables de todo-, nos dicen desde arriba, para en verdad afirmar que nadie es culpable de nada. Y con eso justifican su inocencia, su mentira, su impunidad. Y un dos mil uno todos se levantaron contra la nada de todos. La calle fue un arma; la cacerola también. Se eleva y se va. Matando se va. Comiéndonos se va. En el aire están. Hediendo están. Todavía se los huele a quienes entregaron el país. Y dos mil uno puede ser todos los años. Y veinte de diciembre puede caer todos los días. Porque las manos se quedan. Porque todavía hay quienes están hartos de aceptar a la injusticia como costumbre y a obedecerla como destino.
A 6 años del Argentinazo. A su sístole y a su diástole.