Suavecito para abajo, para abajo, para abajo...

¿Qué dirá Fukuyama? ¿Cuál será el Fin de la Historia? Cayó el muro y el capitalismo se encargó de levantar los suyos. Se derrumba en este ciclo un modelo mundial. El seno mismo del capitalismo financiero tambalea con su propia medicina; la misma que durante años nos recetó a los países que nacimos en el tercero de los mundos. Se escuchan voces desde Francia sobre cómo reformular el Capitalismo. Keynes se levanta de la tumba y da algunas indicaciones. Algunos creen que lo entienden. ¿Podrá Keynes? ¿El pueblo estadounidense se encargará de barrer los platos rotos que la especulación financiera privada produjo en Wall Street? ¿Cuántos bancos más se desbancan y caen? ¿Efecto Jazz, Cristina? Los negros pobres y marginados que lo crearon seguramente estarán orgullosos de darle el nombre a una explosión económica que le es ajena.

Un juez y un presidente entendidos en entendimiento humano.

Terminaba el partido de Gimnasia de Jujuy con Argentinos Juniors. –Bolivianos-, le grita el árbitro, Saúl Laverni, a los jugadores del club jujeño que le protestaban. El juez, muchas veces, para no parar en Jujuy por “incomodidad”, se aloja a 100 kilómetros, en Salta, “que tiene vida nocturna”. Un año antes, Laverni, frente a Independiente, le dijo a un jugador jujeño que rezongaba: -cállese, juegue, son bolivianos-. De los dichos del juez se entera el presidente del club, Raúl Ulloa (hermano de Néstor Ulloa, el ex presidente del Fideicomiso Banco Nación, enrolado en el escándalo del caso Skanska). Ulloa lo increpa al árbitro en pleno campo de juego: –no voy a permitir que aquí me llamen boliviano-. Uno se creyó muy vivo intentando humillar, el otro, el defensor de causas perdidas, reconoció la “bajeza” a la que lo asemejaban y así respondió. Ambos estaban convencidos que ser boliviano es un insulto. Como en España, si nos llaman “sudacas”… con todo orgullo.

sábado, 17 de noviembre de 2007

La mano invisible (anda con guantes).

“Generalmente, el individuo trata de emplear su capital de tal forma que su producto tenga el mayor valor posible. No pretende promover el interés público ni sabe cuánto lo está haciendo. Lo único que busca es su propia seguridad, sólo su propio provecho. Y al hacerlo, una mano invisible le lleva a promover un fin que no estaba en sus intenciones: al buscar su propio interés, a menudo promueve el de la sociedad.” [1]

Adam Smith, padre del liberalismo, quería decir que el individuo, al moverse por su propio egoísmo, promovía, sin querer, el bienestar de la sociedad, pues una mano invisible coordinaba el mercado.

El mundo de hoy, mundo de ayer, muestra las imperfecciones de un sistema de mercado que nos hunde, pues hay manos que lo hacen, en una crítica crisis. América se inunda en la pobreza y los gobernantes son los primeros en huir de un barco que naufraga. El egoísmo reina y la sociedad es plebeya y esclava. Los latifundios laten en la tierras latinas, los buitres comen la carroña y vuelven a volar, el imperio nada invierte y mucho gana; el pueblo mucho invierte y poco gana. Nada bueno hace esta mano invisible.

Marginal es sinónimo, en economía, de adición. Será porque el laissez faire cada vez adiciona más hambre al pueblo. Será porque el librecambio echa a la calle cada vez a más gente, marginándola. Los marginan del sistema, dejando un gran margen de inequidad social, al margen de la marginalidad económica. La mano deja hacer, deja pasar, pero como quien barre la suciedad de una mesa, la mano arrastra al precipicio a los miembros de la sociedad que ella, con su dedo índice, les niega el hacer y les niega el pasar.

Las empresas, lobbystas por naturaleza, presionan a los políticos fácilmente corruptibles para que aprueben leyes que las favorezcan. Los grandes empresarios, socios por naturaleza, acuerdan el precio de los productos a un valor que bien podrían alcanzar las aves en el cielo. Los Estados capitalistas, cómplices por naturaleza, aplauden esas tácticas siempre que las monedas sean introducidas en la máquina de los aplausos y de los permisos. El pueblo, víctima natural, es el que soporta este juego sin azares. La mano es perfectamente visible, pero muchos se niegan a verla.

El mercado muestra sus palmas, del Gobierno y de los grupos de presión, sucias por la mugre del dinero que luego guardan en Suiza o en Uruguay y que siempre intentan lavar. Este gran lavarropas, este gran lavamanos, que el Derecho protege y que se garantiza con la deuda interna y la deuda externa de un país, es un monstruo de finitas manos que tratan de esconderse, pero que quien la busca las encuentra.

La falacia de Adam Smith de un mercado perfecto, de una mano invisible, se hace escombros cuando choca con la realidad. El ladrón mete las manos en la lata, el gobierno se hace el que no lo ve, la justicia se oculta tras sus vendas: el sistema da mucho a unos pocos y da poco a unos muchos. Nada puede ser perfecto ni eficiente si es que no hay una justa distribución de las riquezas de una nación entre toda su población que parta de un proceso real de cambio en un camino ininterrumpido hacia el socialismo. La mano invisible, que nos toca el culo a todos, se materializa en los hechos: nos quita los techos, se apropia de los suelos, se sienta en nuestra mesa y come nuestro pan. La mano aprieta, la mano estruja, la mano rasguña y pellizca, la mano es más rápida que los ojos, la mano quita y se niega a devolver. Estoy y no estoy: soy anónima, dice, pero suelen llamarme Liberalismo. No me ven, agrega, pero suelo andar con guantes blancos.
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[1] Adam Smith, La riqueza de las naciones.