Ser o no ser. Ésa es la cuestión. En el santo nombre del progresismo, hay quienes se pelean por estar más a la izquierda que sus pares de zapatos izquierdos. Legalizar o no las drogas es el punto, la línea y la coma. ¿Cómo es eso de permitir el consumo? ¿En beneficio de quién? Pues bien, no intentaré pelear con molinos de viento para sentar cabeza.
Primero lo básico. La cuestión semántica es permitir o no, o regularizar o no; y no legalizar o no; pues legalizar, está legalizado: la ley lo prohíbe.
Segundo: hay que tener en cuenta el desdoblamiento que hay que hacerle a la discusión, que es algo bastante diluido a la hora de hablar del tema. Qué es lo que se debe permitir y qué no. Desde qué punto de vista hay que tomarlo. Qué criterio sentar.
El desdoblamiento se refiere a dos cuestiones: 1) permitir o no la tenencia de drogas para consumo personal; y 2) regularizar el sistema de ventas de drogas.
Al primero punto responderé SÍ, aunque haré mis observaciones. Tener drogas para el consumo personal hoy en día está penalizado por la ley argentina. Esto debe ser derogado porque quien se droga no es un delincuente. Triste estigma el de darle a un adicto doble etiqueta al precio de una. Pero el Estado tiene el deber de hacerse cargo de lo que daña la salud de las personas. Es entonces donde viene el punto de vista sociológico, y no el meramente ideológico –que llega, incluso, a ser contradictorio con las mismas ideologías de quienes se tildan de progresistas; o sea, la ideología llega a contradecir la ideología-. ¿Por qué? Pues por el hecho de que las drogas, incluso la marihuana –donde un porro tiene cuatro veces más alquitrán que un cigarrillo-, abstraen a los consumidores de la realidad. Y es aquí donde chocan las ideas. ¿Acaso no queremos un pueblo despierto, bien integrado a la realidad, aunque ella le escupa a la cara? Por eso el “pero” al sí. La gente en vez de irse del ambiente, de las circunstancias que lo rodean y le molesta, debe luchar contra ella para cambiarla a su favor. La droga no es una buena arma para esto. Es más, es un arma del poder para apagar o apaciguar las mentes (de ahí el boom en la implementación de las drogas en todos los sectores sociales), para que nadie critique, para que nadie vea, para que nadie escuche. La juventud suele ser la más rebelde ante el status quo, pero con las drogas el interruptor está en off. Y eso es lo que hay que combatir: para que todo cambie, es necesario que no nos impongan los “beneficios” de la droga (incluso que no nos intenten anunciar –desde arriba, evidentemente- que la marihuana no es una droga), pues eso hará que nada cambie. Estoy convencido de que no hay que “comprar” ese discurso, que bajo el manto de ser muy “progre” termina dando tumbos hacia la derecha conservadora.
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Primero lo básico. La cuestión semántica es permitir o no, o regularizar o no; y no legalizar o no; pues legalizar, está legalizado: la ley lo prohíbe.
Segundo: hay que tener en cuenta el desdoblamiento que hay que hacerle a la discusión, que es algo bastante diluido a la hora de hablar del tema. Qué es lo que se debe permitir y qué no. Desde qué punto de vista hay que tomarlo. Qué criterio sentar.
El desdoblamiento se refiere a dos cuestiones: 1) permitir o no la tenencia de drogas para consumo personal; y 2) regularizar el sistema de ventas de drogas.
Al primero punto responderé SÍ, aunque haré mis observaciones. Tener drogas para el consumo personal hoy en día está penalizado por la ley argentina. Esto debe ser derogado porque quien se droga no es un delincuente. Triste estigma el de darle a un adicto doble etiqueta al precio de una. Pero el Estado tiene el deber de hacerse cargo de lo que daña la salud de las personas. Es entonces donde viene el punto de vista sociológico, y no el meramente ideológico –que llega, incluso, a ser contradictorio con las mismas ideologías de quienes se tildan de progresistas; o sea, la ideología llega a contradecir la ideología-. ¿Por qué? Pues por el hecho de que las drogas, incluso la marihuana –donde un porro tiene cuatro veces más alquitrán que un cigarrillo-, abstraen a los consumidores de la realidad. Y es aquí donde chocan las ideas. ¿Acaso no queremos un pueblo despierto, bien integrado a la realidad, aunque ella le escupa a la cara? Por eso el “pero” al sí. La gente en vez de irse del ambiente, de las circunstancias que lo rodean y le molesta, debe luchar contra ella para cambiarla a su favor. La droga no es una buena arma para esto. Es más, es un arma del poder para apagar o apaciguar las mentes (de ahí el boom en la implementación de las drogas en todos los sectores sociales), para que nadie critique, para que nadie vea, para que nadie escuche. La juventud suele ser la más rebelde ante el status quo, pero con las drogas el interruptor está en off. Y eso es lo que hay que combatir: para que todo cambie, es necesario que no nos impongan los “beneficios” de la droga (incluso que no nos intenten anunciar –desde arriba, evidentemente- que la marihuana no es una droga), pues eso hará que nada cambie. Estoy convencido de que no hay que “comprar” ese discurso, que bajo el manto de ser muy “progre” termina dando tumbos hacia la derecha conservadora.
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Al segundo punto –sobre si hay que regularizar el sistema de ventas de drogas-, pues mi respuesta es un contundente NO. ¿Vas a aliarte con el enemigo por el solo hecho de no poder con él? Son los mismos narcos lo que quieren esto. Es deber del Estado velar por la salud de las personas y no ponerse en contra de ellas (es llamativo el significado del verbo velar, pero lo uso como sinónimo de “protección”). Hoy tanto se pelea contra las drogas legales (alcohol y tabaco) ¿y vamos a dejar que una más –o muchas más- entren en el campo de lo “permitido vender”? Dicen que regularizando las ventas el Estado podrá controlar la “calidad” de las drogas e incluso podrá cobrarles impuestos a sus productores. Sostengo que ésta es una conclusión falaz. El Estado no debe controlar la calidad de las drogas, sino por el contrario, debe eliminarlas. ¿Podrá controlar el precio, estableciendo cientos y cientos de impuestos sobre ellas, de tal forma que éste sea un impedimento para el acceso? Pues bien, el Estado no debe beneficiarse con impuestos de los productos que dañan a las personas; tiene otras formas y otros productos de los cuales sostenerse –por ejemplo, re-estatizando el petróleo y las minas-. Pero aún así, si es que nos atenemos a este justificativo –el de los impuestos- sucederá lo que ha pasado con los cigarrillos y el alcohol: a mayor impuesto a un producto, más salen a la venta marcas de menor calidad del mismo productor, y el justificativo del “control de calidad” vuelve a quedar en jaque. Así, las “marihuaneras” o “cocaineras”, etcétera, tendrán el mismo supremo poder que ostentan las tabacaleras, y la lucha contra ellas será bastante más difícil. Con esto, llegamos a la conclusión de que es mucho más engorroso pelear contra una industria de productos legales –como lo vemos con las tabacaleras- que contra una industria de productos ilegales (donde no se debe confundir una industria ilegal de productos legales –por ejemplo, el tráfico de cervezas, porque la cerveza es un producto legal que estaría siendo producido o vendido de forma ilegal-). Es mucho más difícil luchar contra estos productos legales pero que hacen daño, simplemente porque están al amparo de la ley y el comercio. Sólo se las puede regular, no prohibir. A un producto ilegal se lo debe eliminar de raíz, y no sacar provecho de él. Si el Estado actual no ha podido combatir las drogas ha sido por su propia capacidad de ser cómplice del narcotráfico (Hola Uribe, Hola Medialuna Boliviana, Hola CIA).