En Argentina casi la mitad de la población vive bajo la línea de la pobreza. No creo que nadie haya elegido ser pobre. Más miserables son los gobernantes –que muchas veces ni siquiera elegimos, pues fueron de facto- que nos han llevado a esta situación. Sin embargo, hoy se lucha para salir de ella, y se satanizan a quienes quieren reivindicaciones sociales. Los Señores del Mundo hablan de Democracia en un mundo donde, en muchos lugares -en especial en los sitios que ellos apoyan- el pueblo no gobierna. Bajo ese manto –el del “gobierno del pueblo”- está la realidad: una plutocracia con tintes de caquistocracia (gobeirno de los peores). Para acabar con ello, no hay nada mejor que la lucha (a través de una marcha, por ejemplo).
La pobreza económica existe, así también la de pensamiento. Muchos indigentes, por su afán de conseguir una miga de pan, dejan de lado su estudio para conseguir el dinero para comprarla. O trabajan para comer, o se educan y no comen. Y si no comen, ¿cómo educarse? ¿pueden el cuerpo físico y el mental llevar a cabo tal hazaña?. La realidad muestra que no. Son las opciones que el sistema les da a los pobres que él mismo creó. Los pobres existen y es el sistema económico que nos rige el culpable de todo: las grandes empresas monopolizan la producción y, por ello, el trabajo. Sus ganancias dependen de la mano de obra barata y de las ventas sobrevaluadas. Los precios desprecian a los trabajadores y humillan a sus sueldos depreciados. Si no trabajan por dos pesos al día, no hay trabajo, no hay comida y no hay dignidad. Ellas imponen las condiciones de labores y las de vida; ellas alienan al hombre. El vivo vive del bobo, y el bobo de su trabajo. Así, no se educa porque el ciego, posible culpable de un “economicidio”, puede llegar a ver, y el sordo, base de un sistema sin bases, puede llegar a escuchar. Para lo único que nos educan es para tener miedo: miedo a no tener trabajo, miedo a perder el trabajo, miedo a luchar por los derechos, miedo a cambiar, miedo a tener miedo.
El pobre vive con un estigma: el de ser pobre. Si sos pobre podés ser delincuente, entonces, por precaución, no te dan el trabajo. Así, la igualdad de oportunidades deja de ser igual para todos, y se convierte en una igualdad para los desiguales, para las elites que etiquetan a los de clase baja para hundirlos aún más en la indigencia. Si sos pobre y conseguís trabajo, el sistema te intima a renunciar a tus derechos laborales, como lo hace con muchos de clase media: o trabajás en negro sin derecho a nada, ni siquiera a estar enfermo, o seguís caminando por la calle con un diario en mano leyendo los clasificados. El sistema no discrimina: el acceso a la calle es igual para todos.
La pobreza económica existe, así también la de pensamiento. Muchos indigentes, por su afán de conseguir una miga de pan, dejan de lado su estudio para conseguir el dinero para comprarla. O trabajan para comer, o se educan y no comen. Y si no comen, ¿cómo educarse? ¿pueden el cuerpo físico y el mental llevar a cabo tal hazaña?. La realidad muestra que no. Son las opciones que el sistema les da a los pobres que él mismo creó. Los pobres existen y es el sistema económico que nos rige el culpable de todo: las grandes empresas monopolizan la producción y, por ello, el trabajo. Sus ganancias dependen de la mano de obra barata y de las ventas sobrevaluadas. Los precios desprecian a los trabajadores y humillan a sus sueldos depreciados. Si no trabajan por dos pesos al día, no hay trabajo, no hay comida y no hay dignidad. Ellas imponen las condiciones de labores y las de vida; ellas alienan al hombre. El vivo vive del bobo, y el bobo de su trabajo. Así, no se educa porque el ciego, posible culpable de un “economicidio”, puede llegar a ver, y el sordo, base de un sistema sin bases, puede llegar a escuchar. Para lo único que nos educan es para tener miedo: miedo a no tener trabajo, miedo a perder el trabajo, miedo a luchar por los derechos, miedo a cambiar, miedo a tener miedo.
El pobre vive con un estigma: el de ser pobre. Si sos pobre podés ser delincuente, entonces, por precaución, no te dan el trabajo. Así, la igualdad de oportunidades deja de ser igual para todos, y se convierte en una igualdad para los desiguales, para las elites que etiquetan a los de clase baja para hundirlos aún más en la indigencia. Si sos pobre y conseguís trabajo, el sistema te intima a renunciar a tus derechos laborales, como lo hace con muchos de clase media: o trabajás en negro sin derecho a nada, ni siquiera a estar enfermo, o seguís caminando por la calle con un diario en mano leyendo los clasificados. El sistema no discrimina: el acceso a la calle es igual para todos.
Así, el sistema crea pobres y, para reflejarles su pobreza, también crea vidrieras. La cultura del consumo les impone querer tener lo que la televisión manda. Su estado económico se lo impide. He ahí que nace la delincuencia. Los sueldos miserables no alcanzan ni para comer. "Aumentó el delito en la Argentina", afirman, escandalizados, los periódicos. Evidentemente la inflación tiene algo que ver. Si no les alcanza a los pobres con los sueldos de miseria por un trabajo explotador, no es casualidad que el hecho de salir a robar les resulte "más rentable". Por ello, no es la solución imponer penas más duras a quienes delinquen para que dejen de hacerlo, sino establecer un régimen laboral verdaderamente popular, con sueldos dignos y horarios saludables. Una economía y un Esatado que estén al servicio del pueblo y no en contra de él y a favor de los inescrupulosos empresarios, que añoran el monopolio y el oligopolio, la flexibilización laboral y el neoliberal¡smo del sálvese quien pueda -o quien tenga-. Hemos demostrado que la pobreza no está en la sangre, sino en el sitema económico que necesita pobres para tener negocios más rentables. Mayor desocupación, mayor oferta laboral; lo que implica peor oferta salarial. Es el juego del tómelo o déjelo. Y así ganan unos pocos y a otros, la mayoría, los obligan a acostumbrarse al pauperismo. Hay quienes estamos hartos de aceptar a la injusticia como costumbre y a obedecerla como destino, decía Eduardo Galeano... Y no le falta razón. La pobreza es una cuestión de fondo del sistema. Por eso, hay que ponerlo al revés.