Cada día me entero de otro muerto en Jujuy por las inundaciones. Se ahogan por no tener plata, se ahogan por la corrupción, se ahogan de historias repetidas y, cómo no, se ahogan de agua. Los mismos sectores de siempre, los mismos perjudicados de siempre. Si una gota inunda un barrio, un temporal lo transforma en material arqueológico a buscar en el fondo del lodo. Distintos gobiernos (desde los Snopeks, De Aparici, Domínguez, Ferraro, Fellener y -me quedo corto-Barrionuevo) acusaron su incapacidad para resolver, como siempre, los problemas de los pobres: la miopía y la hipoacusia reinan cuando el que llora no tiene plata. La verborrea la dejaron para colmar oídos y vaciar bolsillos ajenos, y engordar, así, los suyos. Maldita lluvia, dijeron. Maldita agua. Malditos ríos. Maldita península que linda en el eterno abrazo de un río Grande y un río Chico. ¡Perpetua justificación de lo injustificable! Hace años que hay gobiernos caudillistas que tienen al hambre como culto y al hombre como esclavo. La pobreza es beata en una provincia donde los únicos ricos son los políticos (que son, a la vez, los únicos empresarios, que buscan los escaños en las elecciones para obtener inmunidad). Ninguno hizo nada para evitar esta tragedia que se anuncia cada año, con cada verano, con cada cúmulo nimbus. Más víctimas de la incompetencia gubernamental. Los ríos, verdugos de las tormentas, se siguen llevando vidas. No hay obras sufucientes para que esto no vuelva a ocurrir. Los políticos tienen surmenage de los barrios pobres hasta las épocas electorales, donde dicen y dicen, por votos y votos.
viernes, 22 de febrero de 2008
Un submarino para vivir en Jujuy.
Publicadas por Nicolás Galíndez
Etiquetas: Argentina, Derechos Humanos, Jujuy, Nacional