Es 1492. Chocan dos mundos. O más bien, uno atropella al otro. Los siglos de la sangre y la cruz, del poder y del odio, del oro y la plata, pisaban playas extrañas. Todo huele a carnicería de aquí en adelante.
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En 1493 ya eran concientes de la existencia de las Indias, no como un Nuevo Mundo, sino como islas “no descubiertas” -por así decirlo- que estaban de pasada en el camino hacia el Asia.
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En esa época se les reconocía a los Papas no sólo el poder espiritual, sino también un poder temporal. Con esto, ellos podían disponer de las tierras de “todos aquellos ignorantes del Evangelio”, para otorgárselas a la nobleza cristiana. Es así que uno de los Papas más corruptos que tuvo la Iglesia Católica, Alejandro VI (Rodrigo Borgia), dictó una bula donde él hacía donación a los Reyes Católicos, a título personal –y no al reino de España-, de todas las tierras descubiertas y por descubrir en el mar océano por la parte de occidente hacia las Indias (Bula Inter Caetra). Porque los indios tenían la maldición de haber nacido ignorantes de una cosa que se llama Biblia, su natividad, su originalidad y su propiedad comunal, por decreto ajeno, no existían. Por esto, la bula también imponía: "adoctrinar a los indígenas y habitantes dichos en la fe católica e imponerlos en las buenas costumbres". Porque habían tenido la desgracia de haber nacido en su tierra, pacha agraciada y desgraciada de oro, plata y diamantes, verde de rarezas y riquezas vegetales, los indios, por ser indios, no tenían ni fe, ni buenas costumbres, ni dignidad, ni vergüenza; ni tampoco tenían idea del terror que iban a padecer.
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Años después, algunos alumnos desobedientes de la Iglesia, y que hoy son santos de ella, cuestionaron la orden papal: Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas y Francisco de Vitoria sostenían que el Papa sólo podía comisionar la evangelización de un pueblo, pero no podía dar las tierras de los indígenas, sus auténticos dueños, aunque fueran paganos. Con mucho ímpetu defendieron a los indios estos buenos hombres de Dios; pero a costa de lo que dejaron de hacer los aborígenes gracias a ellos, fueron desde entonces, y desde antes, los negros extirpados del África los reducidos a la siempre despreciable condición de cosa. Nada dijeron y nada hicieron estos hombres del Señor en pro de los negros traídos al mismísimo Edén del infierno para trabajar como hormigas y vivir como escobas, y que sufrían el estigma de ser seres simiescos que por capricho de la naturaleza no habían nacido monos. (En su lecho de muerte, quizá por miedo al Diablo que le andaba metiendo la cola, Bartolomé de Las Casas se arrepiente de haber maltratado a los negros. Luego cierra los ojos, y se siente limpio).
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Día de la Hispanidad lo llaman en España. Tal vez porque hispanas se hicieron estas tierras por el sólo hecho de haber sido hispanas las piernas de las “primeras personas” en llegar. Era persona quien tenía derecho; el derecho de Europa. Ellos eran. Los indios y los negros, no.
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Un 11 de octubre dicen que todo empezó a terminar. Un 12 de octubre todo empezó a cambiar. Y nada siguió igual.
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El 11 de octubre me da más nostalgia que un 12 de octubre que no por casualidad está manchado de rojo en los calendarios.
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