Fue entonces cuando muchos no lo dudaron: había que sanear al mundo del cáncer que azota a la especie humana. La raza indigna, pecado natural de pobres, negros, gauchos e indígenas, debía extinguirse. Darwinistas sociales y eugenecistas proponían el método:
* Los primeros estaban convencidos de que había que permitir que la naturaleza siga su curso, de modo que los elementos nocivos de la sociedad desaparezcan con el tiempo. Herbert Spencer (1820-1903), por ejemplo, sostenía que el Estado no debía interferir en el proceso de selección natural, que da el poder a los hombres más fuertes y mejor dotados. Así, a través de la competencia libre, la sociedad evolucionaría hacia la prosperidad y libertad individuales, y se formulaba una teoría que ofrecía la posibilidad de clasificar a los grupos sociales según su capacidad para dominar la naturaleza: las personas que alcanzaban riqueza y poder eran consideradas las más aptas, mientras que las clases socioeconómicas más bajas eran, por desgracia de la esencia humana, las menos capacitadas. Esta teoría, eco de las voces dominantes, fue utilizada como base filosófica del imperialismo fascista, el racismo y el capitalismo a ultranza.
* los segundos, que son una especie dentro de los primeros, sostenían la noción de que la planificación cuidadosa a través de una educación adecuada era la clave para mejorar la sociedad. Pero obviamente, existían los inadaptables, que por el bienestar de los “adaptados” –la raza aria- y por facilismo, siempre son los más, y para quienes era innecesaria cualquier ayuda social como la educación. Adolf Hitler y sus aliados adoptaron este concepto para exterminar millones de judíos, comunistas, gitanos, homosexuales y prisioneros políticos, en la masacre del Holocausto.