Suavecito para abajo, para abajo, para abajo...

¿Qué dirá Fukuyama? ¿Cuál será el Fin de la Historia? Cayó el muro y el capitalismo se encargó de levantar los suyos. Se derrumba en este ciclo un modelo mundial. El seno mismo del capitalismo financiero tambalea con su propia medicina; la misma que durante años nos recetó a los países que nacimos en el tercero de los mundos. Se escuchan voces desde Francia sobre cómo reformular el Capitalismo. Keynes se levanta de la tumba y da algunas indicaciones. Algunos creen que lo entienden. ¿Podrá Keynes? ¿El pueblo estadounidense se encargará de barrer los platos rotos que la especulación financiera privada produjo en Wall Street? ¿Cuántos bancos más se desbancan y caen? ¿Efecto Jazz, Cristina? Los negros pobres y marginados que lo crearon seguramente estarán orgullosos de darle el nombre a una explosión económica que le es ajena.

Un juez y un presidente entendidos en entendimiento humano.

Terminaba el partido de Gimnasia de Jujuy con Argentinos Juniors. –Bolivianos-, le grita el árbitro, Saúl Laverni, a los jugadores del club jujeño que le protestaban. El juez, muchas veces, para no parar en Jujuy por “incomodidad”, se aloja a 100 kilómetros, en Salta, “que tiene vida nocturna”. Un año antes, Laverni, frente a Independiente, le dijo a un jugador jujeño que rezongaba: -cállese, juegue, son bolivianos-. De los dichos del juez se entera el presidente del club, Raúl Ulloa (hermano de Néstor Ulloa, el ex presidente del Fideicomiso Banco Nación, enrolado en el escándalo del caso Skanska). Ulloa lo increpa al árbitro en pleno campo de juego: –no voy a permitir que aquí me llamen boliviano-. Uno se creyó muy vivo intentando humillar, el otro, el defensor de causas perdidas, reconoció la “bajeza” a la que lo asemejaban y así respondió. Ambos estaban convencidos que ser boliviano es un insulto. Como en España, si nos llaman “sudacas”… con todo orgullo.

lunes, 16 de julio de 2007

Tras las huellas del Neo-positivismo (2° parte: Las flores del racismo)

-Soy positivista-, dijo por primera vez Auguste Comte (1798-1857) en su Curso de filosofía positiva, refiriéndose a su convencimiento de que el único conocimiento verdadero provenía de la aplicación del método científico[1]. Todo se conoce por la experiencia y mediante ella tenemos una comprensión empírica de la naturaleza. Así, sostuvo erróneamente que al igual que las leyes de la naturaleza, que son inmutables, la sociedad se rige por leyes parecidas que hay que descubrir; pero sin saber, todavía, que la conducta humana es muy compleja como para estudiarla mediante “leyes naturales sociales”. Partiendo de esta postura, no vaciló en reflejar la superioridad de la raza blanca y la perpetua infancia de la mujer y en ser muy crítico con la democracia, anhelando una sociedad estable gobernada, para siempre, por una minoría de doctos.
.
Pero, sin embargo, es indudable que algunos conceptos positivistas se remontan al empirismo de David Hume (1711-1776) y a Immanuel Kant (1724-1804). Sin entrar en filosofía, pero sí yéndonos para el territorio que hemos abarcado en este trabajo, Kant entendió que los indios eran incapaces de civilización y que están destinados, por su esencia nativa, al exterminio. David Hume retrucó: el negro puede desarrollar ciertas habilidades propias de las personas, como el loro consigue hablar algunas palabras.
.
Del mismo modo que los retoños dan origen, al crecer, a otros retoños, y éstos, cuando son vigorosos, se ramifican y dominan por todos lados a muchas ramas más débiles, así creo que ha sucedido, por medio de la generación, con el gran Árbol de la Vida, que llena la corteza de la Tierra con sus ramas muertas y rotas, y cubre la superficie con sus incesantes y hermosas ramificaciones[2]. Así pensaba Charles Darwin (1809-1882), metafóricamente, su teoría de la Selección Natural. Él se inspiró en una novedosa doctrina económica hecha por Thomas Robert Malthus (1776-1834) -que bien puede pensarse que goza de buena salud en los organismos enfermos de los gobiernos de muchos países-, quien sostenía que por el hecho de existir una cantidad determinada de alimentos disponibles y por el acelerado aumento de la población, era natural que se limite ese crecimiento humano mediante hambrunas y enfermedades o por acciones humanas como la guerra. La teoría de Malthus fue la voz que sirvió, en muchas ocasiones, como el testimonio dogmático que asegura la imposibilidad de invertir recursos en el mejoramiento de la condición social de los pobres.

Así sostuvo Darwin que, a causa del problema de la disponibilidad de alimentos descrito por Malthus, las distintas especies compiten intensamente por su supervivencia. Los que sobreviven, que darán lugar a la siguiente generación, tienden a incorporar variaciones naturales favorables que se transmiten mediante la herencia. Y la herencia trae consigo, concluirían luego los darwinistas sociales, el orden y el progreso, el sol y la lluvia, la peligrosidad y la bondad, la igualdad y la dignidad de quienes llevan en la sangre, en cada sístole, un impulso de civilización a la europea, y en cada diástole, una oxigenación para llegar a su destino natural: la riqueza que le vino impuesta por la fortuna de ser descendiente del sagrado linaje de sus ascendientes.
.
Luego Francis Galton (1822-1911), primo de Charles Darwin, sorprendido de la familia a la que pertenecía, decidió entonces estudiar el “genio” que ellos llevan adentro. Con la ayuda de la genética moderna, desarrolló la eugenesia para que sea aplicada a todos los subdesarrollados y así decidió, creyendo ser algún Dios, que la raza humana se perfeccione. Un cocodrilo jamás llegará a ser una gacela, ni un negro podrá jamás ser miembro de la clase media, también decidió, convencido de su divinidad.

[1] Ése fue su principal aporte a la sociología.
[2] Darwin, Charles. El origen de las especies. Traducción de Juan Godo. Barcelona: Ediciones Zeus, 1970.