Durante muchos años fue normal que los educadores más prestigiosos del mundo occidental hablaran de la necesidad de regenerar la raza, mejorar la especie, cambiar la calidad biológica de los hombres. Las voces dominantes, voces de unos pocos, divinizaban la eugenesia que exaltó Francis Galton, primo de Charles Darwin. La raza indigna, pecado natural de pobres, negros e indígenas[1], debía extinguirse.
Los sabios hablaban[2]: Immanuel Kant, quién pensó para existir, dijo que los indios eran incapaces de civilización y que están destinados al exterminio; Voltaire sentenciaba que los negros son inferiores a los europeos, pero superiores a los monos; David Hume entendía que el negro puede desarrollar ciertas habilidades propias de las personas, como el loro consigue hablar algunas palabras; Auguste Comte creía en la superioridad de la raza blanca y en la perpetua infancia de la mujer; Herbert Spencer sostenía que el Estado no debía interferir en el proceso de selección natural, que da el poder a los hombres más fuertes y mejor dotados; José Hernández, en boca de Martín Fierro, poetizaba: el indio es indio y no quiere / apiar de su condición / ha nacido indio ladrón / y como indio ladrón muere; Alberdi, padre de nuestra –in-Constitución, pensaba que ni aun educando cien años a un gaucho o a un cholo lograremos siquiera un obrero inglés; Sarmiento, educador de elites, sentía una invencible repugnancia por los salvajes de América y creía que se los debía exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado; para José Ingenieros, los negros, seres simiescos, piltrafas de carne humana, merecían la esclavitud por motivos de realidad puramente biológica; a Jorge Luis Borges le resultaba evidente la esterilidad cultural de los negros –por lo que son inferiores-, también señalaba que el pueblo argentino es imbécil, que se han merecido la matanza los indios, los gauchos y los vietnamitas, y añadió además, en plena dictadura militar, que el libre albedrío y la libertad son ilusiones necesarias.
Los sabios hablaban[2]: Immanuel Kant, quién pensó para existir, dijo que los indios eran incapaces de civilización y que están destinados al exterminio; Voltaire sentenciaba que los negros son inferiores a los europeos, pero superiores a los monos; David Hume entendía que el negro puede desarrollar ciertas habilidades propias de las personas, como el loro consigue hablar algunas palabras; Auguste Comte creía en la superioridad de la raza blanca y en la perpetua infancia de la mujer; Herbert Spencer sostenía que el Estado no debía interferir en el proceso de selección natural, que da el poder a los hombres más fuertes y mejor dotados; José Hernández, en boca de Martín Fierro, poetizaba: el indio es indio y no quiere / apiar de su condición / ha nacido indio ladrón / y como indio ladrón muere; Alberdi, padre de nuestra –in-Constitución, pensaba que ni aun educando cien años a un gaucho o a un cholo lograremos siquiera un obrero inglés; Sarmiento, educador de elites, sentía una invencible repugnancia por los salvajes de América y creía que se los debía exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado; para José Ingenieros, los negros, seres simiescos, piltrafas de carne humana, merecían la esclavitud por motivos de realidad puramente biológica; a Jorge Luis Borges le resultaba evidente la esterilidad cultural de los negros –por lo que son inferiores-, también señalaba que el pueblo argentino es imbécil, que se han merecido la matanza los indios, los gauchos y los vietnamitas, y añadió además, en plena dictadura militar, que el libre albedrío y la libertad son ilusiones necesarias.
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[1] Ya en 1802 Mariano Moreno resaltaba la persecución hacia los aborígenes: “Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir a unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos antes que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas”. Mariano Moreno, Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios. Claro que el movimiento pro indígena no es algo nuevo: Bartolomé de Las Casas los defendió durante años luego de haber escuchado el discurso de Antonio de Montesinos, quien se preguntaba: “¿con qué derecho y con qué justicia tenéis a los indios en tan cruel y horrible servidumbre? ¿acaso no los matáis por sacar oro cada día?”. Extraído de Memoria del Fuego, Tomo I: Los Nacimientos, de Eduardo Galeano.
[2] Las citas, en su mayoría, están en el libro Patas Arriba de Eduardo Galeano y en Un viaje a través de los espejos de los Congresos Panamericanos del Niño, en Del Revés al derecho, de Susana Iglesias, Helena Villagra y Luis Barrios. También se consultaron: el Martín Fierro de José Hernández; Las Bases, de Alberdi; Nos, los representantes del pueblo, de José María Rosa, y diario El Progreso, 27/09/1844.