Suavecito para abajo, para abajo, para abajo...

¿Qué dirá Fukuyama? ¿Cuál será el Fin de la Historia? Cayó el muro y el capitalismo se encargó de levantar los suyos. Se derrumba en este ciclo un modelo mundial. El seno mismo del capitalismo financiero tambalea con su propia medicina; la misma que durante años nos recetó a los países que nacimos en el tercero de los mundos. Se escuchan voces desde Francia sobre cómo reformular el Capitalismo. Keynes se levanta de la tumba y da algunas indicaciones. Algunos creen que lo entienden. ¿Podrá Keynes? ¿El pueblo estadounidense se encargará de barrer los platos rotos que la especulación financiera privada produjo en Wall Street? ¿Cuántos bancos más se desbancan y caen? ¿Efecto Jazz, Cristina? Los negros pobres y marginados que lo crearon seguramente estarán orgullosos de darle el nombre a una explosión económica que le es ajena.

Un juez y un presidente entendidos en entendimiento humano.

Terminaba el partido de Gimnasia de Jujuy con Argentinos Juniors. –Bolivianos-, le grita el árbitro, Saúl Laverni, a los jugadores del club jujeño que le protestaban. El juez, muchas veces, para no parar en Jujuy por “incomodidad”, se aloja a 100 kilómetros, en Salta, “que tiene vida nocturna”. Un año antes, Laverni, frente a Independiente, le dijo a un jugador jujeño que rezongaba: -cállese, juegue, son bolivianos-. De los dichos del juez se entera el presidente del club, Raúl Ulloa (hermano de Néstor Ulloa, el ex presidente del Fideicomiso Banco Nación, enrolado en el escándalo del caso Skanska). Ulloa lo increpa al árbitro en pleno campo de juego: –no voy a permitir que aquí me llamen boliviano-. Uno se creyó muy vivo intentando humillar, el otro, el defensor de causas perdidas, reconoció la “bajeza” a la que lo asemejaban y así respondió. Ambos estaban convencidos que ser boliviano es un insulto. Como en España, si nos llaman “sudacas”… con todo orgullo.

martes, 15 de mayo de 2007

Crónicas de la Exclusión 1: "Derechos del Niño"

Por cada lágrima daba un paso. En ese mundo manda la calle, una reina ciega que entendió que en su reino entra cualquiera que no quiera ley, pero es ley sufrir para salir de ella. Y la calle parecía su techo y su escuela, su familia, su plato, su cuarto. Un policía lo ve solo y llorando, y lo manda al Juzgado de Menores. La jueza supo que estaba solo y llorando y lo encerró en un instituto. En el instituto creyeron que estaba solo y llorando y lo guardaron. Como seguía solo y llorando, la jueza decidió trasladarlo a otro hogar. Solo y llorando fue. Y a un tercer internado también fue. Pero como seguía solo y llorando, a la directora del hogar, 3 años después, se le ocurrió que debía hablar con el chico. Le preguntó si recordaba a algún familiar. Limpiándose las lágrimas contestó que sí. Recordó a su mamá, a su papá y a sus hermanos. Por “casualidad” se acordó dónde vivía. Por “casualidad”, durante 3 años, su mamá, su papá y sus hermanos lo buscaron por cielo y por tierra, de noche y de día, con una lágrima por cada paso, pero sólo encontraron la calle, reina ciega que juraba no haberlo visto. Por “casualidad” supo la jueza que él estaba perdido, solo y llorando, buscando su techo y su escuela, su familia, su plato, su cuarto[1].
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[1] A este texto lo escribí en base a una nota de Claudio Savoia llamada "Chicos internados, trama de interés y denuncias", publicada en Clarín, suplemento Zona, 21-11-2004.