“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, gritaban los muros de las ciudades. El mundo estaba inflamado. En la esquina de Arturo M. Bas y Boulevard San Juan cae muerto Máximo Mena. La ciudad, en un instante, cambiaría de dueños.
Onganía, un confeso admirador de Hitler, le daba riendas sueltas al liberalismo, que era más libre ahora y sin bozal ni cadenas andaba caminando por las calles, viendo a dónde mordía, viendo a dónde comía. Con nefastas leyes antilaborales, antiuniversitarias y anticomunistas, se consagró el onganiato (un régimen al servicio de los imperios del planeta, que, por las noches, con bastones largos reprimía a profesores y estudiantes). -Las universidades son caldo de cultivo de subversivos y comunistas-, se lamentaba la dictadura. Y su lamento fue oído…
Córdoba ardía, porque nunca fue de quedarse callada. Y la Docta habló: la unión obrero-estudiantil se haría cargo de la ciudad ese 29 de mayo de 1969. “Las fogatas que alumbraban las calles de Córdoba surgían desde el centro de la tierra impulsadas y encendidas por nuestra juventud estudiosa y trabajadora y que jamás se apagarían porque se nutren de la vida y de los ideales de un pueblo rebelado contra la opresión que se ejercía sobre él y que estaba dispuesto a romperlas” afirmó Agustín Tosco, secretario general del sindicato de Luz y Fuerza.
Onganía veía cómo caía su régimen ante el cordobazo, el rosariazo, el tucumanzo, el corrientazo y una serie de rebeliones que acabarían por sacarlo de su sillón tan manchado de sangre. En 1970, el sistema, con su piel de camaleón, mudaba de color: cambiaba de dictador, pero no de dictadura. Las luchas sociales embanderan la resistencia y, por un instante, el ojo del huracán se deja ver, pero sólo para advertir la tormenta que los años de plomo venían anunciando.
Onganía, un confeso admirador de Hitler, le daba riendas sueltas al liberalismo, que era más libre ahora y sin bozal ni cadenas andaba caminando por las calles, viendo a dónde mordía, viendo a dónde comía. Con nefastas leyes antilaborales, antiuniversitarias y anticomunistas, se consagró el onganiato (un régimen al servicio de los imperios del planeta, que, por las noches, con bastones largos reprimía a profesores y estudiantes). -Las universidades son caldo de cultivo de subversivos y comunistas-, se lamentaba la dictadura. Y su lamento fue oído…
Córdoba ardía, porque nunca fue de quedarse callada. Y la Docta habló: la unión obrero-estudiantil se haría cargo de la ciudad ese 29 de mayo de 1969. “Las fogatas que alumbraban las calles de Córdoba surgían desde el centro de la tierra impulsadas y encendidas por nuestra juventud estudiosa y trabajadora y que jamás se apagarían porque se nutren de la vida y de los ideales de un pueblo rebelado contra la opresión que se ejercía sobre él y que estaba dispuesto a romperlas” afirmó Agustín Tosco, secretario general del sindicato de Luz y Fuerza.
Onganía veía cómo caía su régimen ante el cordobazo, el rosariazo, el tucumanzo, el corrientazo y una serie de rebeliones que acabarían por sacarlo de su sillón tan manchado de sangre. En 1970, el sistema, con su piel de camaleón, mudaba de color: cambiaba de dictador, pero no de dictadura. Las luchas sociales embanderan la resistencia y, por un instante, el ojo del huracán se deja ver, pero sólo para advertir la tormenta que los años de plomo venían anunciando.